En esta ocasión, y ofreciendo a nuestros lectores todas las disculpas correspondientes por la larga ausencia, nos referiremos a una rama del bajo eléctrico que es muy poco conocida, en comparación con su contraparte: el bajo sin trastes o, como se lo denomina ya universalmente, el fretless.
Primero que nada, para los hispano parlantes exclusivos, la palabra fretless significa exactamente eso: sin trastes (fret = traste, less = carencia o falta de algo, como en topless, “sin lo de arriba”, por ejemplo).
Un bajo fretless es un bajo que, al igual que su abuelo el contrabajo, no tiene trastes, vale decir, no tiene separaciones metálicas de entonación entre semitonos, lo que técnicamente significa que no tiene barras que establezcan el punto final bajo de la vibración de la cuerda o “nodo” y permite que el “largo” de la cuerda vibrando sea exactamente medido desde el puente hasta el dedo que presiona la cuerda. Esto último permite que el instrumento, al igual que los instrumentos de cuerda clásicos como el violín o el ya mencionado contrabajo, no esté limitado a ningún sistema particular de afinación. El fretless permite, así, la utilización de los llamados microtonos y de escalas que se salen de la limitación de los 12 tonos del bajo tradicional. Por lo tanto, el bajo fretless es el que brinda mayor libertad en cuanto a escalas y tonos. Si en un bajo tradicional no tenemos más alternativa que pasar de un G a un G# o un Gb, en un bajo sin trastes podemos encontrar todo el espectro tonal que existe entre esos semitonos. Las posibilidades expresivas son ilimitadas, lo que lo hace un bajo predilecto de bajistas jazzeros (como el mismo Jaco Pastorius, que de alguna manera dio el pié inicial para la fabricación de bajos sin trastes) y de bajistas relacionados con el rythm and blues y el funk, entre otros estilos, aunque también hay usuarios notables en el mundo del rock y metal progresivo, nuevamente, gracias a que la libertad absoluta del instrumento permite su utilización en entornos más experimentales.
Tiene, por cierto, algunas desventajas inherentes a su construcción. Primero, ya que no hay metal actuando como nodo, el sustain de las notas es menor que en un bajo trastado de las mismas características, y el volumen que producen es también menor. Claro, es un tema totalmente resuelto en los bajos modernos sin trastes, ya que la tecnología de cápsulas y electrónica activa ha venido a suplir cierta carencia acústica en términos de potencia del sonido. Otra “desventaja” es que no cualquier madera es adecuada para un diapasón sin trastes, siendo necesarias maderas un poco más duras, típicamente ébano, para evitar o retrasar el daño que las cuerdas producen en el diapasón. Actualmente, las cuerdas flatwound (ver artículo sobre las partes del bajo en este mismo blog) se utilizan para este efecto de proteger el diapasón, además de favorecer un tono más “sordo” y un mejor deslizamiento de la mano.
Finalmente, diremos que la experiencia y el entrenamiento tanto en la mano izquierda (típicamente la que presiona las cuerdas en el diapasón; para los zurdos, la derecha) como en el oído es fundamental para disfrutar y utilizar bien un bajo sin trastes. El autor de esta entrada tuvo un bajo de estas características cuando su vida musical era aún muy joven y, frustrado desde su escasa perspectiva y entrenamiento, sintió que las ventajas de libertad tonal del bajo sin trastes eran lo contrario, impedimentos para su desempeño. Tontamente, no conservó tal instrumento. Ahora, pasados los años, llora amargamente por las noches, soñando con las exquisitas posibilidades del bajo sin trastes, que finalmente son posibilidades a la hora de crear. El fretless no es, ciertamente, un bajo para toda ocasión ni para todos los bajistas tampoco. Pero cuando se alcanza cierta pericia y se desarrolla el gusto, es un color muy necesario en la paleta. Es descubrir que el azul más el amarillo pueden dar infinitos tonos de verde, en definitiva.